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Manuel Villoria, catedrático y miembro del Consejo de Dirección de Transparencia Internacional. / Eventos UC3M

Manuel Villoria, catedrático y miembro del Consejo de Dirección de Transparencia Internacional. / Eventos UC3M .

“En política no existe la presunción de inocencia. Si te acusan, dimites”

 

Manuel Villoria, catedrático y miembro del Consejo de Dirección de Transparencia Internacional, analiza la caótica situación de corrupción que se vive en España

"No estamos condenados a la corrupción. No creo que forme parte de nuestro carácter"

"La reacción de Rajoy personalmente me ha producido un tremendo desánimo. Es tratarnos a todos como si fuéramos tontos"

"En España hay poca corrupción burocrática, administrativa, de los funcionarios, pero sí hay mayor corrupción política"

Un Gobierno que se ha visto salpicado por un grave escándalo de corrupción en sus más altas instancias, incluido el presidente, ¿debe dimitir, como pide la oposición?

Cualquier decisión puede tener sus pros y sus contras. Desde una perspectiva general, visto desde fuera, a lo mejor sería higiénica su dimisión, pero desde una perspectiva de gobernabilidad también habría un gran lío en este momento.
Para la salud de una democracia, ¿no es un poco preocupante?
Sí, desde luego. Los partidos están anquilosados con sus élites ahí atrincheradas. Si abres una dinámica interna para sustituir a un líder no sabes por dónde puede acabar eso. Es un asunto que en otros países está mucho más flexibilizado.

¿El problema está, entonces, en el diseño institucional?

En efecto. El diseño institucional que hemos construido a partir sobre todo de la Transición democrática es un diseño que favorece mucho la gobernabilidad: que el Gobierno mande, que esencialmente haya dos partidos, que en cada partido el que manda mande mucho, con mucha posibilidad de controlar todo, que los dos partidos juntos puedan definir prácticamente hasta modificaciones constitucionales en 24 horas y que, sobre todo, dominen todos los órganos de control: el Tribunal de Cuentas, el Defensor del Pueblo e, incluso, el Poder Judicial. Claro, esto da estabilidad y gobernabilidad, pero incita a la corrupción, a los abusos de poder, y hace que la ciudadanía tenga problemas de representatividad. No nos sentimos representados porque no podemos modificar candidatos, no podemos salirnos de un sistema que está muy bloqueado.

 

¿Qué ha pasado con la separación de poderes?

Creo que el tema de garantizar de alguna manera una mayor independencia del sistema judicial y un reforzamiento de su imparcialidad sería positivo, igual que sería positivo tener unos parlamentarios menos sometidos a la disciplina de voto y más capaces de decir lo que piensan, de representar a sus votantes y no tanto a las ejecutivas de los partidos.

 

¿Es España un país corrupto?

Por naturaleza, no. Es un país con bastante corrupción política, pero no con corrupción sistémica. Un país con corrupción sistémica es aquel en el que para llevar al niño al colegio hay que pagar un soborno, o para poder ir al médico, a los policías…

¿Y la ciudadanía también se vuelve corrupta?

Sí, sobre todo porque aunque tú creas que no está bien la corrupción, intentas aprovecharte de ella. Dado que todo el mundo lo hace, yo no voy a ser el único tonto.

 

Usted ha escrito que el problema de fondo es la “ruptura de un contrato moral entre políticos y ciudadanía”.

Sobre todo en el sentido de que un político está para servir. Aquí tenemos por desgracia una cultura política, que yo creo que se transmite también a los futuros políticos, de que no se está para servir sino para mandar. Dónde está mi coche, mi secretaria, cuántos funcionarios tengo… No se está pensando en servir, sino en mandar y eso es un problema grave.

¿La corrupción es el principal motivo de desafección de la ciudadanía a la política?

Hay dos motivos fundamentales: uno es la corrupción y otro, la sensación de ineficacia. No nos resuelven los problemas. Y después, además de eso, son deshonestos. Deshonestos porque son corruptos, porque mienten o, en general, porque no actúan de acuerdo con la moralidad que deberían: el servicio al interés general.

¿Habría forma de atajar el problema de la corrupción en nuestro país?¿Qué tipo de medidas?

 

Claramente, reforzar y garantizar la independencia del Poder Judicial es una de ellas, para ello creo que el Consejo General del Poder Judicial debería ser seleccionado por sorteo entre juristas de reconocido prestigio y magistrados del Tribunal Supremo, por ejemplo, sin intervención de los partidos para nada. Hay que reforzar también la independencia del Tribunal de Cuentas y su capacidad de evaluación y análisis de la eficacia-eficiencia.

¿Y con respecto a los partidos?

Ahí hay muchas medidas a tomar. Una de ellas, reforzar la democracia interna. Si no totalmente, una parte de las listas deberían ser abiertas y generar en consecuencia un nuevo régimen electoral, introducir mucha más transparencia en el funcionamiento de los partidos, mucho más control en sus finanzas…Hoy en día los diputados sirven a su señor, que no es el pueblo, sino las ejecutivas de los partidos, que son las que les ponen o les quitan.

 

Una vez caída la máscara y con la actual situación de crisis .¿esto no se modificará?

 

Hay una parte que se puede modificar, pero hay otra que no. Eso lleva a que se puedan encontrar políticos corruptos y se sostengan partidos que no toman medidas adecuadas para luchar contra la corrupción. Es un tema de régimen electoral, en gran medida, y de modelo de partidos. También es un problema de los partidos internamente.

En el sentido de que como los partidos tienen el sistema de listas cerradas y bloqueadas, muchas veces aquellos que tienen más poder territorial imponen candidatos y situaciones. Entonces, aunque la militancia estuviera en contra o quisiera rebelarse no podría hacer nada porque el sistema de los partidos es muy oligárquico.

 

Los políticos se quejan de que parece que ya no existe la presunción de inocencia. ¿Es así?

Es que en política no existe la presunción de inocencia. Cuando se enteren de eso a lo mejor empiezan a reaccionar. En política, si te acusan, dimites. Después, te defiendes. Y, si tenías razón, que te vuelvan a nombrar. Esa es la responsabilidad política propia de cualquier democracia seria. Lo que pasa es que nuestro modelo se basa en concepciones absolutamente decimonónicas, del derecho del gobernante a gobernar. Como ya comentábamos, nuestros políticos, sobre todo algunos, creen que cuando se les nombra es para mandar, no para servir. Eso me parece indignante. En España hay poca corrupción burocrática, administrativa, de los funcionarios, pero sí hay mayor corrupción política.

 

¿Comparable a…?

También hubo un momento altísimo durante los escándalos de la etapa final del Gobierno de Felipe González. Probablemente había bastante corrupción también. Luego la percepción bajó muchísimo en la época de Aznar. Y, sin embargo, todos los casos que hay ahora, incluido Bárcenas, son de la época de Aznar, sobre todo a raíz del boom inmobiliario. Ese fue el gran momento de la corrupción en España.

 

El proyecto de ley que han presentado excluye a la Corona.

Lógicamente, todo el que maneje dinero público debería estar sujeto a la Ley de Transparencia. La Corona es un tema más simbólico que importante, porque tampoco gestiona tanto dinero en comparación con los partidos. En efecto, el caso de Urdangarín ha hecho mucho daño pero más que por la cuantía, es un tema de impacto, de quién es la persona que lo hace y cómo reacciona ante ese tipo de situaciones, como ocurrió con Carlos Dívar en el Consejo General del Poder Judicial.

 

¿Gozan los políticos de impunidad elevada?

Sí, tienen una impunidad muy elevada. Ese es un hecho que se está viendo ahora mismo con el caso Gürtel y todas sus derivaciones. Cuando son castigados o sancionados siempre tienen la posibilidad del indulto pero, además, la capacidad de conseguir que muchos de los delitos prescriban. Tienen muchos abogados, mucha capacidad de presión…

¿Sobre los jueces?

Ahí está el caso Garzón. Hoy en día para un juez es más fácil apoyar la corrupción que combatirla, para su carrera y su bienestar. Entonces, que un juez se atreva a enfrentarse con todo este conjunto a veces de redes criminales es muy complicado y tiene que ser muy valiente porque seguro que le están esperando.

 

¿Está justificada la creciente indignación de la ciudadanía?

Para la gente es muy indignante tanta impunidad y me parece normal. Que sea tan difícil que un político dimita y que, además, sea realmente castigado sobre todo cuando tiene una alta responsabilidad... El caso de Ana Mato es escandaloso. Que esta señora continúe de ministra me parece… En ningún país de Europa pasaría esto.

 

Tienen los gobernantes en estos momentos legitimidad para pedir esfuerzos a la ciudadanía?

Pues tienen menos legitimidad, lo que pasa es que la ciudadanía no tiene que esperar tanto de los políticos. Tenemos que ser nosotros mismos los que tomemos la iniciativa y entendamos qué es lo que podemos hacer y qué es lo que no. Estamos demasiado pendientes de nuestra clase política y eso es un error.

De no tomarse medidas ¿qué consecuencias cree que traerá la situación que vivimos?

Podría haber dos escenarios: uno sería el reforzamiento del cinismo tradicional del español frente a la política y un cierto fatalismo que llevara a que la nuestra fuese una democracia de muy baja calidad y con constantes sustos por culpa de la corrupción y los incumplimientos de las normas. Es, en última instancia, el modelo italiano. Lo cual es terrible, sería volver otra vez a un 1898 y todo lo que supuso en aquel momento esa depresión nacional. La otra posibilidad es que, en un determinado momento, la gente saliese a la calle, no mil ni cien mil, sino diez millones. Ese día en España habría un verdadero terremoto político, con todo lo que esto conlleve, y tal vez a partir de ahí se podrían empezar a tomar medidas y los propios partidos fueran capaces de desarrollar sus mecanismos de renovación. Si no, desde la calle saldrían nuevas plataformas de acción política. España necesitaría un Mani Pulite, un proceso como el italiano, pero que acabara bien, porque el italiano acabó fatal, forzando casi el cinismo y la desafección a la política. Aquí, si consiguiéramos hacer un buen Mani Pulite sería estupendo.


 

 

 

 

 

 

 

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