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EL SALTO
13 dic 2023 05:27
William I. Robinson Profesor de sociología en la Universidad de California(Nueva York, 1959) es el autor de Mano dura. El Estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI, un ensayo publicado por Errata Naturae que vincula dos disciplinas que suelen ser tomadas por separado, como son las políticas coercitivas de control social y el análisis de la economía mundial. Profesor de sociología en la Universidad de California, Robinson se expresa en un perfecto español, ya que ha investigado in situ el proceso revolucionario que tuvo lugar en Venezuela bajo el mando de Hugo Chávez.

“Hay un desfase entre unas masas sedientas de cambio radical y un proyecto izquierdista transnacional viable”
El negocio de la guerra es una de las bases de sostenimiento de la economía capitalista. En esta entrevista, William I. Robinson desarrolla su convicción de que las políticas de mano dura pueden arrastrarnos a la III Guerra Mundial.

William I. Robinson (Nueva York, 1959) es el autor de Mano dura. El Estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI, un ensayo publicado por Errata Naturae que vincula dos disciplinas que suelen ser tomadas por separado, como son las políticas coercitivas de control social y el análisis de la economía mundial. Profesor de sociología en la Universidad de California, Robinson se expresa en un perfecto español, ya que ha investigado in situ el proceso revolucionario que tuvo lugar en Venezuela bajo el mando de Hugo Chávez.

¿Qué es eso del Estado policial global?


El Estado policial global se refiere a tres cosas. La primera dimensión es la necesidad que tienen los grupos dominantes, lo que llamo la clase capitalista transnacional, de expandir los sistemas de control social y represión transnacional frente a la revuelta popular global que está agarrando fuerza. Pero también es una forma de contención de la potencialidad que la “humanidad excedente” y las clases populares alrededor del mundo tienen de desafiar al sistema. Los niveles de concentración de la riqueza están en cada vez menos manos, es algo sin precedente. Nunca hemos visto unas desigualdades tan agudas. Además de eso, sabemos que las filas de la humanidad excedente se están ampliando a paso galopante. Son de dos a tres mil millones de personas que están en el sector informal, expulsados. Y esas filas se siguen ensanchando. Como consecuencia, la función de control social, de represión, es cada vez más urgente para los grupos dominantes. Muchas personas reconocen esa primera dimensión del Estado policial global, pero la segunda dimensión es igual o más importante.

¿Cuál es?


Se refiere a lo que yo llamo la “acumulación militarizada” o “acumulación por represión”. El capitalismo global ha estado en una crisis estructural muy profunda, que se remonta a 2001: las primeras señales se dan cuando reventó la burbuja de las dotcom. Pero, en realidad, es a partir del colapso del sistema financiero global en 2008 cuando la crisis estructural, o lo que llamamos más académicamente la crisis de la sobreacumulación, se hace extremadamente aguda. La clase capitalista transnacional ha acumulado y sigue acumulando enormes cantidades de beneficios, y no tiene salidas para descargar ese excedente. Entonces, las guerras de baja intensidad, de alta intensidad, los sistemas de represión, de control social, los muros fronterizos, las guerras contra las drogas, las guerras contra los migrantes, las guerras contra las minorías raciales y religiosas, etc., cualquier conflicto social se convierte en una oportunidad para acumular capital. Es decir, el Estado policial global es enormemente rentable.Industria armamentística

Armados y peligrosos: cómo Israel se ha convertido en una potencia militar sin control

¿Puedes poner ejemplos?

Voy a dar dos que no salen en el libro porque han tenido lugar después de la publicación del libro en inglés en 2020. Primero, la invasión rusa de Ucrania y segundo, la guerra que se está llevando a cabo, mientras hablamos, contra Gaza. En ambos casos son tragedias para los pueblos, pero son enormes oportunidades para la acumulación de capitales. Son regalos para la clase capitalista transnacional. Cuando Rusia invadió a Ucrania, el valor de las acciones de las principales compañías militares industriales experimentó una escalada de inmediato. Y vale la pena recordar que esas compañías están vinculadas con los grandes conglomerados financieros, que son inversionistas en las compañías, y también con las grandes compañías de alta tecnología. Recojo una cita de un asesor para Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics y para Lockheed Martin, grandes corporaciones transnacionales del complejo militar industrial. Este portavoz dijo que el señor Putin es la mejor persona que tienen para seguir haciendo beneficios y para la industria militar. Esta es una cita exacta: “Han llegado los días buenos”.

El segundo ejemplo es lo que está ocurriendo en Palestina.


En el momento en que Israel lanzó su ofensiva contra Gaza subieron las acciones de estas compañías. El CEO de Raytheon dijo que esas acciones y la solicitud que hizo Biden de 106.000 millones de dólares en ayudas destinadas a Israel “encajan perfectamente bien con nuestro portafolio”. Eso da alguna idea de lo lucrativo que es el Estado policial global en momentos en los que la economía civil, la economía capitalista global, está en un estancamiento crónico y cuando se están limitando otras posibilidades de inversión lucrativas, otras salidas para descargar todo ese excedente acumulado. 

 

¿Cuál es la tercera característica del Estado policial global?


La última dimensión está orientada a llevar a cabo el control social para manejar las contradicciones explosivas de un capitalismo global en crisis. Estamos viendo, hablando académicamente, una transición desde el control social consensual al control social coercitivo. Esto implica el surgimiento de proyectos fascistas, dictatoriales, autoritarios, como respuesta a la crisis alrededor del mundo. Existe una necesidad cada vez más urgente por parte de los grupos dominantes de mantener el control social de unas masas que están en plena revuelta a nivel global.

Has hablado de una crisis existencial, ¿por qué es distinta esta crisis, derivada de la de 2008, de crisis económicas anteriores?.


Hay varias razones. Pero comencemos con algo que no abordé a fondo en el libro: es la crisis del colapso de la biosfera. Esa es una dimensión de la crisis, no solo del capitalismo global, sino de la humanidad. El problema es que es una contradicción fundamental para un sistema que necesita y tiene una sola prioridad, que es la acumulación constante de capital. Frente al estancamiento, el capital transnacional busca cómo expandir, cómo abrir nuevos espacios de acumulación. Y eso quiere decir que se debe privatizar, que se debe invadir cada vez más espacio de la naturaleza. Esto significa que no puede existir una transición verde porque el lucro lo impide. Eso se demuestra en la reunión que está llevando a cabo en Emiratos Árabes Unidos: el director de toda esta Conferencia de las Naciones Unidas es también el ejecutivo de la compañía petrolera del país. Ha habido al menos tres grandes crisis en capitalismo mundial, la crisis del petróleo de los años 70 la Gran Depresión de los 30 —ambas en el siglo XX— y, antes de eso, la crisis del final del siglo XXI. Cada una de estas crisis tuvo consecuencias graves. Una nos condujo a la Segunda Guerra Mundial; todas condujeron a nuevas rondas de colonialismo e imperialismo y a conflictos. Pero esa crisis se resolvieron. ¿Cuál es la diferencia ahora? Primero, la dimensión ecológica.

¿Hay más factores además de la crisis ecológica?


Miremos históricamente. El problema de la crisis de la Gran Depresión de los 1930 era que no había capacidad de mercado para absorber la producción del sistema capitalista: el control de toda riqueza y todos los recursos estaba en manos de los capitalistas. Entonces, por medio de las luchas, las feroces luchas, de las clases obreras y populares alrededor del mundo y —después de la Segunda Guerra Mundial—, de los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo, se produjo un nuevo tipo de capitalismo que se puede llamar capitalismo redistributivo, así lo llamo en el libro, capitalismo de la democracia social o de bienestar social. Ese capitalismo resolvió la crisis en que se encontraba porque abrió mercados. Era un tipo de arreglo entre las clases a partir de la redistribución. Pero, a partir de los años 70, como respuesta a la siguiente crisis estructural, el capital lanza la globalización. Lo hace para escapar del encierro del Estado nación, de las políticas redistributivas y regulatorias del Estado nación. Y, una vez que el capital escapa del Estado nación, ya no se puede regular. 

¿Por qué?


No se pueden imponer medidas redistributivas porque el capital puede soslayarse del Estado nación, de los movimientos sociales, obreros, sindicales y populares, que se desarrollan a nivel de Estado nación. Eso es lo que ha conducido a los niveles de desigualdad y polarización social sin precedentes en la historia de la humanidad. Esto pasa desde hace varias décadas, pero es cada vez más agudo. Todo indica que esa polarización social, esa desigualdad, se va a ir intensificando por la introducción de las nuevas tecnologías, sobre todo, la inteligencia artificial. Eso va a ampliar las filas de los desempleados, de los subempleados y los que trabajan en condiciones muy precarias. En resumen, además de la crisis ecológica hay una crisis de reproducción social: la gran masa de la humanidad no tiene cómo sobrevivir.

¿Qué consecuencias tiene eso?

El hecho de que haya una masa de la humanidad, quizá la mayoría de la humanidad, que no puede sobrevivir, no significa necesariamente una crisis para el capital. Solo significa una crisis para el capitalismo global bajo dos instancias: una es cuando esa masa, por su desesperación, desafía al sistema, trata de transformarlo o derrocarlo. Y hacia ahí vamos. Y segundo, representa una crisis para el sistema cuando ya no puede seguir produciendo, porque hay regiones que están en franco colapso, en las que los mercados laborales se colapsan por esta crisis de reproducción social. Por último, hay una cosa más, que es que estamos en el rumbo hacia una tercera Guerra Mundial. Y a esa no sobreviviríamos: 20 millones de muertos en la Primera Guerra Mundial; 80 millones en la Segunda Guerra Mundial. Pero la humanidad sobrevivió. El capitalismo mundial sobrevivió. Se reestructuró, vivió más. Pero no sobreviviríamos a una Tercera Guerra Mundial.

Has mencionado el concepto de humanidad excedente, aquella que no tiene empleo ni formas de supervivencia en su territorio. ¿Cuál es el tratamiento hoy de esas masas de población por parte del Estado policial global?


En diciembre de 2023 estamos viendo la respuesta a la pregunta de cómo controlar a la humanidad excedente: la respuesta está en Gaza. Israel colonizó Palestina. Ocupa militarmente Cisjordania y a Gaza. Pero, hasta hace poco, los palestinos eran la mano de obra súper explotada, barata, controlada, que Israel utilizaba para la agricultura, para la industria, para el sector servicios. Centenares de miles de trabajadores palestinos cruzaban desde Cisjordania, y anteriormente desde Gaza. A partir del cambio de siglo, Israel cambió su estrategia. La nueva estrategia es importar mano de obra migrante desde Filipinas, de Sri Lanka, de Pakistán, de India, de Tailandia, del norte de África, de muchas otras partes. Es mano de obra migrante que en cualquier momento puede ser deportada, expulsada; que no está reclamando derechos civiles, políticos, de ciudadanía, etcétera, porque son migrantes temporales y están fuertemente controlados por fronteras transnacionales. Entonces, de repente, a partir de 2002-2003, los palestinos pasan de ser mano de obra súper explotada a mano de obra excedente y superflua. En ese momento comienza la presión hasta llegar a este genocidio.

¿Cuáles son las respuestas que tienen los grupos dominantes para controlar a la mano de obra excedente? 


Lo primero es militarizar las fronteras. Estamos viendo una tremenda escalada de migraciones transnacionales. Están llegando centenares de miles de personas de África, de Asia, de América del Sur, cruzando Centroamérica, México, tratando de llegar a Estados Unidos. Estamos viendo que desde Oriente Medio, desde Asia, desde África, están tratando de entrar en Europa. Hay colapso de las comunidades de donde vienen. Es una crisis de la reproducción social, hay una imposibilidad de sobrevivir. Entonces, ¿qué es lo que pueden hacer los grupos dominantes frente a esas crecientes filas de la humanidad superflua? En el peor de los casos, es el genocidio, como estamos viendo en Gaza. Pero, aparte de eso, se crean fortalezas alrededor de las zonas donde viven las capas privilegiadas y se convierte todo mundo en una fortaleza. Las tecnologías de vigilancia y de control social son extremadamente sofisticadas. Pueden captar cada comunicación en el planeta, pueden identificar por reconocimiento facial a cada a cada ser humano en el planeta. La recolección, el procesamiento y el análisis de enormes cantidades de datos han llegado a un nivel jamás visto. Hay dos formas de genocidio. Uno es eliminar físicamente a la población. Pero la otra forma es simplemente encerrar y no dejar salir a masas que ya no tienen cómo sobrevivir de un día a otro. 

En el libro divides el mundo en tres tipos de zona, una de libertad y las otras dos de exclusión y conflicto.


La primera zona es la zona verde. Cuando Estados Unidos invadió Iraq, estableció en el centro de Bagdad la famosa zona verde; ahí estaban los oficiales políticos y militares norteamericanos, pero también la nueva élite iraquí llevada al poder por las tropas invasoras. Y ahí construyeron un muro impenetrable, no solo un muro físico y militarizado, sino un muro electrónico, digital, tecnológico. Dentro había cines, restaurantes, oficinas. Esas “zonas verdes” las estamos viendo en todo el mundo. En mi ciudad, Los Ángeles, tenemos zonas donde viven las capas privilegiadas, donde están las oficinas de las corporaciones. No están detrás de un muro físico, pero sí un muro que el Estado policial global protege con tecnología. Yo soy socialista, a mí me gustaría derrocar al capitalismo y tener otro sistema, pero no creo que eso esté en la agenda a corto plazo

El segundo tipo son las zonas de guerra.


Sí, zonas donde hay guerra abierta, de baja o de alta intensidad o de contención total: ciertas zonas del cuerno de África, por ejemplo, ciertas zonas de la frontera en Estados Unidos y México, o las zonas del Mediterráneo, por supuesto. Israel. Ucrania. Son zonas de guerra abierta, en las que hay destrucción y miseria y está más presente el rostro más terrorífico del Estado policial global. 

Y la zona gris.


Es donde está la mayor masa de la humanidad. En esa zona gris se despliega también el Estado policial global. Este es imprescindible para controlar las filas crecientes de esa masa humana. Pero agregaría un punto más: insisto en la crisis estructural de sobreacumulación. Una de las contradicciones del sistema es que, cuanto más beneficio tiene, cuanto más introducen las nuevas tecnologías, cuanto más se concentra el poder y la riqueza en el capital transnacional, más se agravan las contradicciones del sistema.

¿Contradicciones de qué tipo?


Esta nueva generación de alta tecnología, como la inteligencia artificial o el aprendizaje automatizado, va a agravar aun más esas contradicciones: si no hay una reestructuración radical del sistema, un reformismo radical —ni hablar de derrocar al sistema, simplemente reformarlo—, la crisis se va a intensificar, las filas de la humanidad excedente van a aumentar, y la necesidad que tiene el sistema de ese Estado policial global se va a incrementar.

¿No hay esperanza? 


Sí hay esperanza. Hay esperanza por varias razones. Primero, por la revuelta global. Este libro tiene una segunda parte que se llama “Guerra civil global”, que aun no se ha traducido al español, donde me enfoco sobre las resistencias, los movimientos populares, alrededor del mundo. Ahí está la esperanza y la respuesta desde abajo. Hay una tremenda y cada vez mayor revuelta global contra este sistema. Las contradicciones del sistema han provocado la revuelta popular. También ha provocado divisiones dentro de los grupos dominantes de la clase capitalista transnacional, y sobre todo de sus intelectuales, de la élite transnacional. Hay una fracción de la élite transnacional que reconoce la gravedad de la crisis y la necesidad de un reformismo muy sustancial. Yo soy socialista, a mí me gustaría derrocar al capitalismo y tener otro sistema, pero no creo que eso esté en la agenda a corto plazo. Lo que sí está dentro de nuestras posibilidades, en esta década y en la siguiente década, es una profunda reforma del sistema... si logramos tener una correlación de fuerzas políticas, sociales, clasistas para permitir ese reformismo radical. Será a través de la revuelta de las clases populares y obreras junto con el ala reformista de la élite transnacional que reconoce la necesidad de estas reformas. Es necesaria una reforma radical del sistema para salvar al sistema de su propio colapso. Ahí está la esperanza inmediata. Eso si antes podemos evitar una guerra mundial.

Con el desarrollo de una industria armamentística y de la vigilancia como la que describes, ¿nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que se puede tomar el poder por medio de revoluciones clásicas?


Puede haber revoluciones, no en Estados Unidos, quizás no en España, quizás no en Alemania, no hablemos de China tampoco, pero digamos, todavía pueden darse revoluciones en África, en América Latina, en ciertas circunstancias. Pero el problema es el poder estructural del capital transnacional, el poder estructural de una economía global, integrada. Cada país depende de esa economía global controlada por el capital transnacional. Esto significa que el capital transnacional y sus agentes políticos y estatales tienen capacidad de aplastar cualquier revolución que se produzca en un país individual. 

Has desarrollado parte de tu trabajo en Venezuela. ¿Cuál es el aprendizaje de ese contexto?


Venezuela comenzó bajo Chávez con un proceso revolucionario. Se ha deteriorado en gran parte por las sanciones, por la agresión económica, por la necesidad de estar vinculado e integrado en la economía global capitalista. También por los propios errores y limitaciones del gobierno venezolano. Se demuestra que hoy sí puede haber revoluciones en los países periféricos, pero no van a poder llevar a cabo las transformaciones. Van a ser aplastados. Por eso la necesidad de luchas transnacionales.

En los países del centro, España es uno, ¿de qué tipo de revuelta hablamos?


Hay que volver a Gramsci y a su concepto de la contrahegemonía. Realmente puede haber revoluciones una vez que hay una acumulación de fuerzas contrahegemónicas. Esa contrahegemonía puede desafiar la hegemonía de los grupos dominantes. Repito que a mí me gustaría ver revoluciones que derrocan al capitalismo, pero eso lo expreso políticamente. Sin embargo, hablando analíticamente, creo que la esperanza descansa no en que la élite reformista dirija las luchas de masas, sino en que las luchas de las masas obliguen a la élite a sumarse e impulsar una reestructuración radical. Eso es lo que decía Gramsci, que necesitamos primero construir trincheras de contrahegemonía antes de poder derrocar un Estado capitalista. Aún con proteccionismo, con aranceles, con nueva Guerra Fría entre China y Estados Unidos, aún así sigue profundizándose la integración transnacional de capitales

¿En qué consistiría una reestructuración radical del capitalismo?


Tendría que comenzar por volver a imponer la regulación estatal de los mercados. Pero eso no se puede hacer a nivel de Estado nación, es imposible. De hecho, Estados Unidos lo ha intentado. Cada vez que intenta o propone una regulación del mercado de capital dentro de Estados Unidos, el capital es demasiado fuerte y se marcha a otra parte. Puede hacer lo que quiere. No tiene que quedarse dentro de Estados Unidos. Por tanto, necesitamos medidas de regulación del mercado global. Segundo, necesitamos políticas redistributivas radicales. Muchos están hablando de renta básica universal, aquí en Estados Unidos también. Redistribución y regulación de los mercados, políticas impositivas progresistas y no regresivas, impuestos sobre las transacciones financieras transfronterizas. Todas estas cosas han sido ya debatidas dentro de la élite. Y, al mismo tiempo, las masas exigen las mismas cosas: no están diciendo “queremos una revolución contra el capital”, las masas dicen “necesitamos programas sociales, necesitamos que se acabe la austeridad, necesitamos incrementar los ingresos, necesitamos el poder de enfrentar a nuestros empleadores”. Podríamos imaginar una profunda reestructuración del capitalismo global como primer paso para una acumulación de fuerzas contrahegemónicas. Pero eso también tiene que incluir medidas ambientales radicales.

 
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