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El boletín del director
 
Ignacio Escolar

Por si había alguna duda, ya está claro el marcador: 177 votos en contra, uno nulo, 172 a favor. El “ganador” de las elecciones ha salido investido como líder de la oposición. No ha habido muchas sorpresas, ni ‘tamayazos’, ni grandes giros de guión. Alberto Núñez Feijóo no será presidente del Gobierno con este Parlamento. Es un fracaso que estaba cantado desde la noche del 23 de julio. Lo sabía todo el mundo que supiera sumar: también aquellos que coreaban “Ayuso, Ayuso” cuando Feijóo salió al balcón de Génova para celebrar su “victoria” electoral. 

Esta investidura fallida, todo este paripé, tenía un único objetivo: restañar las grietas en el liderazgo de Feijóo. Recomponerse del batacazo que se llevó la derecha con una derrota en las urnas que no esperaba y que sigue sin entender. 

Para este premio de consolación –que nunca fue la presidencia del Gobierno, fue el liderazgo de la oposición–, la semana a Feijóo le ha salido bien. A ojos de los suyos, hizo un buen debate. Aunque espantara a quienes no votan al PP o a Vox.

Se da una curiosa contradicción: cuanto más se acerca Feijóo a lo que la derecha madrileña espera de él, más se aleja de poder ganar unas elecciones en toda España.  

En su discurso de investidura, en la extemporánea manifestación del pasado domingo, en las réplicas chulescas que dedicó a los demás partidos en el Congreso, Feijóo se ha movido en la misma dirección que le ha llevado a la oposición. Siempre a la derecha, hasta hermanar con Vox, donde le quieren Ayuso, Aznar y la prensa conservadora de Madrid. Lo que algún vendehumos llamaría “su zona de confort”: el lugar más seguro para la interna de su partido, pero también el que más le aleja de La Moncloa. 

¿O es que el PP aún no ha entendido qué es lo que hicieron mal para no cumplir con la victoria que esperaban el 23J? ¿Aún no saben que fueron sus palabras y sus actos, las mentiras de Feijóo y sus alianzas con Vox, los que en gran medida explican el resultado electoral?

Esa contradicción, tan evidente, se vio muy bien en la larga lista de mentiras con las que Feijóo debutó en su primera intervención en el Congreso de los Diputados. Un discurso que no pasa el más mínimo filtro de veracidad, pero que la derecha aplaudió a rabiar: no solo en el Congreso sino también en los coros mediáticos que rodean al PP –esas mismas tertulias, portadas y editoriales que tumbaron a Pablo Casado en apenas dos días y que tanto preocupan a Feijóo–. 

Fue una larga sucesión de bulos y falacias, que ya analicé al detalle en otro artículo, y entre las que destacan dos. 

La primera gran mentira, que fue la columna vertebral de su discurso: “Tengo al alcance los votos, pero no acepto pagar el precio que me piden”. 

Ojalá alguien pregunte algún día a Santiago Abascal –Vox no suele contestar a elDiario.es– si habría mantenido su apoyo a Feijóo en caso de que el PP hubiera pactado una amnistía con Junts. Tengo curiosidad por su respuesta, aunque me la puedo imaginar. 

La segunda gran mentira, que repite Feijóo desde la misma noche electoral: “Hemos ganado las elecciones”. O como dijo en el debate de esta semana: “Yo sería incapaz de gobernar si el líder de la oposición tuviera más escaños que yo”. Sin rubor, y delante de Ayuso, de López Miras, de Mañueco, de Guardiola o de Almeida, que le pueden contar en primera persona cómo es eso de gobernar con menos escaños que el primer partido de la oposición.

Ambas mentiras están relacionadas entre sí. Porque Feijóo quiere vestir su derrota con el traje de la dignidad. Todo está en Esopo: en este caso, en la fábula de la zorra y las uvas. “¡Están verdes!”, nos dice el PP. 

De fondo, lo que esconden sus dos grandes mentiras es un profundo desprecio por el Parlamento y por la ley que lo regula: la Constitución. También por lo que vota la ciudadanía –toda ella, no solo los “españoles de bien”–. Feijóo insistió mucho en el Congreso en ser el representante de “11 millones de españoles”, una suma en la que también contó los tres millones de votos de Vox–. Pero el líder del PP omite que esa mayoría absoluta de escaños en su contra representan a más de 12 millones de ciudadanos, con los mismos derechos que los demás.

Algunos datos más. El sistema parlamentario español ya da al más votado una ventaja. Por eso el PP tiene el 39% de los escaños con solo un 33% de los votos –. Por eso también tiene el 59% de los senadores. El reparto por provincias que fija la Constitución ya supone, de facto, un premio extra al primero –con una circunscripción única, este Congreso sería muy distinto–. Pero ser el más votado no es un cheque en blanco. La democracia parlamentaria no funciona así. 

Las dos grandes mentiras de Feijóo en esta semana sirven también para edificar los cimientos de lo que luego será su oposición. Que se basa, otra vez, en poner en duda la legitimidad de Pedro Sánchez, si es que finalmente el candidato socialista logra la investidura. Sigo pensando que tal cosa sucederá. Creo que no habrá repetición electoral, a pesar del ruido de estos últimos días con las peticiones de ERC y Junts; a pesar de la competición entre los dos grandes partidos independentistas, que no sería la primera vez que se tiran por el barranco en un juego del gallina –este análisis de Neus Tomàs lo explica fenomenal–.  

Por resumir un argumentario que veremos mucho en los próximos meses, y que deriva de las dos grandes mentiras de esta investidura fallida de Feijóo. Sánchez será un presidente ilegítimo, porque no ganó las elecciones. Y también porque lograría la investidura pactando una amnistía con Junts, una medida que no llevaba en su programa electoral y en ocasiones previas descartó.

Hablando de amnistías, tres datos que dan bastante que pensar:

  • Alianza Popular fue el único partido con representación parlamentaria que no votó la amnistía de 1977. 
  • Manuel Fraga se opuso también a la legalización del Partido Comunista. “Es un golpe de Estado”, argumentó (lo cual demuestra que la derecha española ve siempre golpismo por todas partes, menos en el único golpe de Estado que triunfó en España en el último siglo, que fue el de 1936).
  • Manuel Fraga estaba en contra de la amnistía y de la legalización del PCE, pero no tuvo problema en firmar a favor de una amnistía para Rudolf Hess, el número dos de Hitler. 

Toda esta historia, por supuesto, no aparece en la manipulada versión de la Transición que Feijóo ha intentado vender esta semana. Donde se quiso apropiar de unos logros políticos que, desde luego, no corresponden al PP. Y menos aún a Manuel Fraga, exministro del dictador, padrino político de Feijóo y –todavía hoy– presidente de honor de su partido.

El día en que Feijóo se entere de que Adolfo Suárez tampoco llevaba en su programa electoral la amnistía total de 1977 lo mismo le da un patatús. La UCD aprobó antes dos amnistías parciales, pero la definitiva –que incluía a presos con delitos de sangre– solo llegó por la presión de la oposición de izquierdas, cuatro meses después de las elecciones. 

No he visto en el programa electoral del PP en estas últimas autonómicas y municipales ninguna mención al veto parental que está forzando en tantos lugares Vox.  

Tampoco llevaba José María Aznar, en su programa de 1996, ninguna propuesta para ampliar la financiación autonómica, eliminar los gobernadores civiles o transferir la competencia de Tráfico a Catalunya, como finalmente pactó. Por más que busco y rebusco en aquel programa tampoco sale nada del fin de la mili –otro cambio que forzó Jordi Pujol–. Ni se dice una palabra de la decisión política más arriesgada que tomó Aznar en esa legislatura: la negociación con ETA, y su “movimiento vasco de liberación”. 

La derecha aplica siempre dos varas de medir. Si es Aznar el que acuerda con los nacionalistas catalanes, es “un pacto para la gobernabilidad”. Si lo hace la izquierda es “una humillación”, cuyo único objetivo es “continuar en el poder”. 

En el fondo, este planteamiento por el que cualquier pacto político o cambio de posición es siempre una traición esconde una premisa profundamente antidemocrática. Las mayorías parlamentarias consisten precisamente en eso: en que cada uno de los implicados renuncia a posiciones de máximos para encontrar un mínimo común.

Esto que algunos quieren ver como un chantaje –los distintos partidos poniendo sus condiciones y negociando para conformar una mayoría suficiente– es puro parlamentarismo. Pura democracia. Que sirve también para que las minorías tengan voz y forzar así acuerdos que solucionen problemas que, sin esa presión política, se enquistarían.

Es evidente que el PSOE no se plantearía esa compleja amnistía si no necesitara los votos de Junts. Igual que antes no habría aprobado los indultos, de no ser por la presión de ERC. Pero la cuestión es otra: si tienen sentido esas políticas y sirven para el interés general del país.

Con estas medidas de gracia, ya hay una trayectoria previa que se puede evaluar. Qué pasó con los indultos. Creo que es bastante evidente que aquella decisión sirvió para mejorar la convivencia y la situación política en Catalunya.

Es también evidente –basta repasar la historia más reciente– que la estrategia del choque directo y frontal con Catalunya solo ayuda a quienes quieren dividir España. Nada habría alimentado más al independentismo que un vicepresidente como Santiago Abascal. Ya lo dijo él mismo en campaña: la “tensión” en Catalunya superaría lo ocurrido en 2017 si gobernara el PP con Vox.

El viernes, en su última alocución ante el Parlamento durante el debate de investidura, Santiago Abascal se despidió así de la tribuna de oradores, poco antes de la derrota de Feijóo. Es una frase que da miedo. Al menos a mí. 

  • Santiago Abascal: “Es una agresión de la que el pueblo español tiene el deber y el derecho de defenderse. Y lo hará. Después no vengan ustedes lloriqueando”.

Y luego Feijóo se pregunta por qué, con aliados así, nadie más le quiere apoyar. Y luego la derecha acusa al diputado del PSOE Óscar Puente de matonismo, cuando solo dijo la verdad. Como explica nuestro compañero José Precedo en este imprescindible artículo: Las derechas juegan al ajedrez con bates de béisbol mientras imponen a la izquierda las reglas de la esgrima. 

Han perdido las elecciones. Tanto el PP como Vox. El viernes quedó patente en el Parlamento español. Y lo mínimo que se puede exigir a un demócrata es aceptar el resultado de las urnas, que son las únicas que pueden hablar en nombre del “pueblo español”. Es una derrota que la derecha aún no ha querido admitir. 

Lo dejo aquí por hoy. Ojalá el matonismo de la extrema derecha se quede en estas bravuconadas y no tengamos nada más que lamentar. 

Tag(s) : #ARTICULO DE PRENSA
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