EL PAÍS SEMANAL
Después de la autocrítica, los demócratas europeístas tienen que reconstruir con coraje las políticas de igualdad y cohesión social. O Europa se les va de las manos
En una de sus últimas entrevistas, Jacques Lacan, ese mago de la mente y el lenguaje, que no dormía tranquilo, hizo una inusual reivindicación cultural de Europa: un espacio donde es posible la autocrítica.
El dogma de la austeridad y la pésima gestión de la inmigración y la asistencia a refugiados ha desalmado a Europa. Del dogma ha resultado un fiasco: Europa es espaciosa en precarización, corroída por la desigualdad y el resentimiento de las clases medias y trabajadoras, que han asistido a la paradoja del recorte de migas a los gorriones y la esplendidez en el rescate de las gallináceas bancarias. Hubo un tiempo en que se habló de un capitalismo compasivo con los pobres. Hemos dado un paso adelante: los pobres tienen que ser muy compasivos con los ricos. Ya bastante desgracia tienen con su riqueza.
Quienes criticaron ese dogma, que los “expertos” de las conciencias tranquilas quisieron equiparar al de la infalibilidad papal, fueron tachados, cómo no, de “populismo”. Y el invocar al santo Keynes era una muestra de radicalismo izquierdista. ¡Ah, el populismo! Esa concha que se puede rellenar con el molusco que sea. Nada es más asombroso que la verdad. Es el título de un libro, del periodista checo Egon Erwin Kisch, y es una gran verdad. Después de la autocrítica, los demócratas europeístas tienen que reconstruir con coraje las políticas de igualdad y cohesión social. O Europa se les va de las manos.
Casi nadie habla, no sé si por inconsciencia o por temor al apocalipsis. Pero en mayo de 2019 habrá elecciones en la Unión Europea y es una hipótesis a considerar que entonces desaparezca de nuestras narices la línea del horizonte. El papel del periodismo insomne es también lanzar alarmas. La ultraderecha posfascista, que agrupa desde paleoconservadores hasta nacionalistas xenófobos, sí está en campaña. Desde hace tiempo. Si se mantiene el desencanto, si hay grandes abstenciones, si la manipulación ciberelectoral vuelve a funcionar como con la campaña de Trump, las instituciones europeas pueden caer, paradójicamente, en las manos de los que quieren “echar por tierra a la Unión Europea”. Esa es la consigna que repite Steve Bannon, el que fue cerebro de Trump, y que actúa con su motor de importación y explosión, el llamado The Movement, para coordinar la oleada reaccionaria. Y continuar la labor de Reagan y Thatcher, obsesionados por extinguir ese hábitat de esperanza para el mundo que era la Europa resistente a la neoapisonadora.
¿Quién financia todo esto? Hay una conjura para destruir la Unión Europea, en la que no faltan los necios locales. Bannon, que es astuto y también bocazas, no deja dudas al respecto. El juego va en serio. Como publicista, busca citas provocadoras: “Prefiero gobernar en el infierno que servir en el cielo”. Es lo que dice Lucifer, según John Milton. Así que de Bannon puedo encargarme yo mismo, con una gestión en el santuario gallego de Nuestra Señora de O Corpiño, donde hay personal competente en exorcismos y embrujamientos. Pero para recuperar el ideal europeo tienen que moverse, y cuanto antes, todas las conciencias intranquilas.