- ¿Puede el contrato único ser de izquierdas?
- Jorge Galindo
Si el mercado laboral español es un desastre para alguien en particular, ese ‘alguien’ son losjóvenes: más del 50% de aquellos que buscan trabajo no lo encuentran, y quienes lo hacen, en su práctica totalidad, es con contratos temporales a pesar de que vayan a ocupar puestos con previsión indefinida.Además, se ha interrumpido, como cabía esperar, la ‘entrada’ en el sistemaEsta situación ha creado una división dentro de la clase trabajadora que amenaza directamente la coherencia ideológica del proyecto socialdemócrata: sindicatos y partidos de izquierda, como tristemente hemos comprobado, dejan de tener incentivos para proteger a los trabajadores en su conjunto para centrarse en los ‘insiders’.
La meta está clara: romper esta dualidad, impidiendo que los jóvenes ‘paguen’ el ajuste de manera sistemática, acabando con la temporalidad.
Dicho de otra forma: a pesar de que Fulanito, de 29 años, con dos masters y cinco idiomas, es mucho más productivo que Menganito, de 50 años y que a duras penas acabó la carrera, el despido de Menganito es absurdamente caro en comparación con el de Fulanito. Así que echo a Fulanito.
En el diagnóstico de este problema es difícil estar en desacuerdo. Ahora, la discusión política viene cuando intentamos plantear soluciones, que atenderán a tres variables diferentes: modelos de contratación, protección adicional al trabajador y coste del despido. Los juegos con estas tres variables determinarán si apostamos por una solución más liberal o más igualitaria.
La respuesta más liberal consiste en flexibilización en los modelos de contrato, despido mucho más barato o libre, y ausencia de subsidio más allá de un mínimo.
Frente a esto, la alternativa es acabar directamente con la contratación temporal y establecer un contrato indefinido como único modelo posible para las empresas. Esta es la propuesta que lleva un tiempo circulando en varios foros académicos y económicos, y entre los que me cuento como defensor.
En términos de protección social, cabría habilitar la llamada ‘mochila austríaca’: cada trabajador es beneficiario de una cuenta de prestación por desempleo. El empleador haría aportaciones (iguales) a esa cuenta. Si el empleado es despedido, podría rescatar su prestación de esa cuenta; si decide no hacerlo, o no la necesita, al final de su vida laboral esa cuenta se incorporaría a su pensión.
Esta propuesta combinada cumple todos los requisitos que un socialdemócrata puede pedirle a una política para ser tomada como propia: se dirige a un colectivo desprotegido, busca incrementar la igualdad ‘por arriba’ terminando con la precariedad, respeta sin dejar de regular el comportamiento empresarial, y supone una mejora media en el nivel de protección social actual. En una izquierda socialdemócrata responsable y conocedora de la situación, no cabe una defensa del statu quo actual. Es necesario encontrar alternativas sólidas y factibles. Como la que aquí se ha presentado.