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Historia de un fracaso: la UE ignoró la petición de ayuda de Italia mientras el virus se extendía por el continente

Fue uno de esos momentos de claridad escalofriantes. El pasado 26 de febrero, con la cifra de contagiados de coronavirus multiplicándose por tres cada 48 horas, el primer ministro de Italia, Giuseppe Conte, decidió que había llegado el momento de pedir ayuda a sus socios de la Unión Europea.

Los hospitales italianos estaban desbordados, los médicos y enfermeras ya no tenían mascarillas, guantes ni delantales para mantenerse a salvo, y la falta de respiradores mecánicos había obligado a los médicos a jugar a ser Dios eligiendo a qué enfermos graves asignar las máquinas.

Roma envió un mensaje urgente a la sede de la Comisión Europea, en el edificio Berlaymont de Bruselas, y las especificaciones de las necesidades italianas se cargaron en el Sistema Común de Comunicación e Información de Emergencia de la UE.

Pero lo que sucedió después fue una sorpresa: a la petición de auxilio solo le siguió el silencio.

"Ningún Estado miembro respondió a la petición de Italia ni a la llamada de auxilio de la Comisión", dice Janez Lenarčič, el comisario europeo de Gestión de Crisis. "Lo que significaba que no solo Italia no estaba preparada. Nadie estaba preparado. La falta de respuesta a la petición italiana no fue tanto una falta de solidaridad como una falta de equipamiento".

La Unión Europea y Reino Unido han registrado la muerte de unos 180.000 ciudadanos y el contagio de 1,6 millones desde que un misterioso paciente cero trajo el coronavirus al continente. Lo más probable es que el número real de muertes sea más alto que el contabilizado hasta ahora.

El reciente aumento en los contagios en Serbia y los Balcanes es motivo de gran preocupación y el continente se encamina hacia la peor recesión económica desde la Gran Depresión de los años 30, en gran parte debido a las medidas de confinamiento impuestas para mantener a flote los sistemas sanitarios mal financiados.

Los líderes se han enfrentado a interrogantes fundamentales sobre un proyecto europeo en el que los Estados miembros no han sido capaces de ayudarse unos a otros en sus peores momentos. Este fin de semana, los 27 jefes de Estado y de Gobierno de la UE se reunirán en Bruselas en persona, por primera vez en cinco meses, para trazar la ruta a seguir.

Tras analizar documentos internos y entrevistar a decenas de funcionarios y expertos de la UE en Bruselas y el resto de capitales, The Guardian y la Oficina de Periodismo de Investigación relatan la historia completa de cómo Europa se convirtió en el "epicentro" de una pandemia mundial, según la OMS, y qué lecciones clave se pueden aprender.

Es una historia de funcionarios de Bruselas bienintencionados que hablaron con urgencia sobre un desastre inminente en salas de prensa vacías. Una historia de ministros de Salud cada vez más desesperados, incapaces de convencer a sus jefes de Gobierno y ministros de Finanzas de la magnitud de lo que se avecinaba y de la imperiosa necesidad de actuar. Una historia de Gobiernos que reconocieron tarde la velocidad de propagación del virus y, en un momento de pánico poco disimulado, se precipitaron luego a un proteccionismo descoordinado. Una historia de instituciones y agencias de la UE con autoridades sin la experiencia o los poderes necesarios para lograr que las capitales actuaran juntas ante una enfermedad que no respetaba las fronteras ni la velocidad de caracol a la que se mueve la burocracia de Bruselas. Una historia de una Unión Europea sorprendida y mal equipada, institucionalmente incapaz de organizar la respuesta a una crisis que se la llevó por delante a toda velocidad.

Alerta de año nuevo

Millones de europeos se preparaban para sus celebraciones de fin de año cuando las autoridades del Centro Europeo para el Control y la Prevención de Enfermedades (CEPCE) recibieron en sus oficinas de Estocolmo la primera noticia de una serie de casos de neumonías con origen desconocido en China.

Creado en 2005 como una respuesta al brote de SARS del 2003, el CEPCE ofrece asesoramiento científico pero no puede hacer más. La responsabilidad sobre salud sigue estando enteramente en manos de los gobiernos nacionales, y no en la Comisión Europea ni en sus agencias. Pese a sus limitaciones, la misión del CEPCE es tener un panorama completo de la Unión y dar la voz de alarma, tanto si las capitales escuchan como si no.

La agencia comunicó el 9 de enero su primera evaluación de la amenaza. "En ese momento, lo que se sabía era que la mayoría de los casos estaban vinculados a este mercado de animales vivos en la ciudad china de Wuhan", dice a The Guardian la doctora Andrea Ammon, directora del CEPCE. "Aproximadamente dos semanas después resultó que era transmisión de humano a humano, y eso evidentemente cambia lo que tienes que hacer".

La preocupación inicial era mantener la enfermedad fuera de las fronteras de la UE. El 17 de enero se celebró una primera conferencia telefónica sobre el coronavirus dentro del Comité de Seguridad Sanitaria de la Comisión Europea, otro organismo comunitario nacido de anteriores crisis de salud. Integrado por representantes de los ministerios de Salud de cada uno de los estados miembro, el Comité de Seguridad Sanitaria también carece de poderes ejecutivos, que siguen en manos de los respectivos países.

Desde la epidemia de gripe H1N1 de 2009, la misión del Comité es ayudar a coordinar la respuesta a amenazas transfronterizas que pongan en riesgo la salud en Europa. Pero ese 17 de enero solo participaron de la conferencia telefónica 12 de los 27 Estados miembros, más Reino Unido.

Wolfgang Philipp, jefe de un pequeño equipo del Departamento de Salud de la Comisión en Luxemburgo, presidió la reunión y dijo a los participantes que unas pocas decenas de personas en Wuhan habían sido contagiadas con una nueva cepa de coronavirus.

Se esperaba que unas 300.000 personas viajaran ese mes a Europa desde China, muchas de ellas por el Año Nuevo Chino (el 25 de enero), y la cuestión era qué hacer con los vuelos directos que llegaban desde Wuhan hasta Londres, París y Roma.

Un funcionario del CEPCE dijo al Comité que se consideraba que controlar todas las llegadas al aeropuerto con termómetros y verificadores de síntomas era ineficaz para detener la propagación del virus. La recomendación fue hacer un seguimiento de los pasajeros en los 12 vuelos semanales que llegan a Europa desde Wuhan.

Reino Unido y Francia compartieron información sobre lo que estaban haciendo en los aeropuertos pero del Gobierno italiano, uno de los muchos que faltaron a la reunión, no se supo nada. El representante italiano no se había dado cuenta de que le había llegado un correo electrónico invitándole a participar.

La intención del Comité era publicar una serie de medidas recomendadas para la frontera pero los asistentes a la reunión no lograron ponerse de acuerdo. Todo un augurio de las dificultades que le esperaban a la Comisión.

Antes de aplicar medidas, los Gobiernos están obligados a informar al Comité de Seguridad Sanitaria. Pero las medidas unilaterales fueron la tónica las semanas siguientes. El formato y la brevedad de las reuniones, que por lo general solo duraban una hora y contaban con unos 100 asistentes, también se convirtieron en obstáculos para la comunicación y la cooperación.

A los asistentes les irritaba que algunos países no dieran al Comité el "peso que merece". Su capacidad para coordinarse eficazmente era cuestionada. "No había tiempo para ponerse al día con todo lo que pasó en una semana", dice una fuente a The Guardian. "Las cosas ocurrieron a una velocidad tremenda".

Y al timón de la Comisión Europea estaba Ursula von der Leyen, que había asumido en diciembre como presidenta y apenas llevaba unas semanas en el cargo.

Distraída por el Brexit

La pandemia podía haber sido una crisis a medida para Von der Leyen, que era médica antes de embarcarse en una carrera política que la llevó a ocupar la cartera alemana de Defensa.

Varias personas que trabajaron con ella durante la crisis dicen que tiene una enorme capacidad intelectual, pero en esas esferas también hay quien se pregunta si podía haber hecho más durante aquellas primeras semanas. Según varias fuentes, sus primeros pasos fueron dubitativos, como si no estuviera segura de las palancas a su disposición.

 

"La Comisión debería haber tomado el control antes", dice un funcionario de la UE. "Von der Leyen es inteligente pero es nueva en Bruselas y se apoya en un par de personas de Berlín que tampoco tienen experiencia en la Comisión y en lo que se puede y no se puede hacer; no hay que preguntarle a los Estados miembros si quieren coordinación, hay que coordinar; es cierto que la salud es una competencia nacional, pero se pueden impulsar cosas".

Era el comienzo titubeante de una persona nueva en Bruselas, pero algunas partes de la Comisión habían entendido pronto la seriedad de lo que estaba sucediendo en China. "El 28 de enero convocamos la primera reunión del llamado Comité de Coordinación de Crisis", dice Lenarčič. "La Comisión se tomó esta amenaza muy en serio, y no dejamos de tomárnosla en serio. Incluso cuando se multiplicaban las voces que decían que ‘todo esto simplemente se extinguiría’. Ni siquiera cambiamos de ruta cuando otros empezaron a jugar con esa idea de la inmunidad de rebaño".

La Comisión tomó una rápida decisión de prohibir a su personal los viajes no esenciales a China. También convocó una rueda de prensa para el 29 de enero con el fin de comunicar un mensaje: prepárense.

Pero mientras las campanas de alarma sonaban en el edificio Berlaymont, los medios de comunicación andaban en otra cosa: tras 47 años como miembro, Reino Unido estaba a punto de dejar la Unión Europea.

"Fuimos a la rueda de prensa y la sala de periodistas estaba casi vacía", recuerda Lenarčič. "Pedimos preparación, que todos los Estados miembros se tomasen esto en serio y se preparasen. Hubo mucho eco porque no había nadie en la habitación. Esperábamos que también hubiera algún eco en los medios del día siguiente pero no encontramos mucho porque en ese momento toda la atención de los medios en Bruselas estaba puesta en la última sesión plenaria del Parlamento Europeo con participación del Reino Unido".

 

"Así que hubo muchas imágenes de gente en el pleno cantando y cogidos de la mano", dice Lenarčič. "Entiendo que era un momento histórico, era un momento triste, era un momento emotivo, pero nada de eso cambia el hecho de que teníamos algo que decir ese mismo día, y lo dijimos, y no demasiada gente mostró interés".

Amenaza subestimada

Pero no solo la prensa, las cadenas de radio y televisión hicieron oídos sordos a los mensajes de las agencias y del poder ejecutivo de la UE. En la misma semana, el CEPCE aconsejó a los Gobiernos que reforzaran la capacidad de sus hospitales y, en particular, la de las unidades de cuidados intensivos.

La urgencia de la advertencia no fue escuchada en las capitales. "Creo que subestimaron, en mi opinión, la rapidez con que se produjo el avance", dice Ammon, que antes de liderar el CEPCE en 2017 dirigió el Departamento de Epidemiología de Enfermedades Infecciosas en el Instituto Robert Koch de Berlín. "Es diferente si tienes que lograr un aumento en el número de camas para dentro de dos semanas o para dentro de dos días".

Mientras tanto, el virus seguía su propagación silenciosa. El 30 de enero, dos turistas chinos en Roma dieron positivo en las pruebas de coronavirus.

El Gobierno italiano prohibió inmediatamente todos los vuelos con China y solicitó una reunión de los ministros de Salud de la Unión para controlar de forma más estricta la entrada en toda Europa.

Pero la reunión tardó tres semanas en organizarse. Le tocaba convocarla al Gobierno croata, como titular de la presidencia rotativa del Consejo de la UE. El problema es que se había visto envuelto en un escándalo financiero durante el cual el primer ministro, Andrej Plenković, había tenido que despedir al ministro de Salud, Milan Kujundžić. Cuando los titulares de Sanidad se reunieron por fin, el 13 de febrero, ya estaban brotando casos.

El nuevo ministro de Salud croata, que presidía la reunión, dijo que la respuesta a la amenaza del coronavirus había sido "rápida y eficaz". Pero un informe interno del CEPCE fechado un día después pintaba una imagen muy diferente, con una lista de aspectos del virus y de sus riesgos para Europa que seguían siendo desconocidos. El "estado de preparación en los diferentes Estados miembros", dice el informe, es "incierto".

Sin existencias de mascarillas

La cruda realidad era que las existencias de equipos de protección personal (EPP) habían disminuido en los meses y años que precedieron a la llegada del coronavirus a Europa. Los suministros de emergencia de mascarillas habían caducado y habían sido destruidos. Pero nunca fueron reemplazados. Los planes de preparación para una pandemia estaban desactualizados.

"Varios países europeos disponían de una reserva estratégica de mascarillas anticuadas... En su mayoría fueron simplemente destruidas", dice un asesor científico.

En 2011, Francia había tenido 1.700 millones de mascarillas de protección pero ahora solo le quedaban 117 millones. Entre enero y marzo de 2020 incineró 1,5 millones. En 2017, Bélgica había ordenado la destrucción de 38 millones de mascarillas que nunca fueron reemplazadas.

Nadie, al parecer, sabía cómo estaban los stocks. Hasta el 23 de febrero salieron vuelos de Europa hacia China con donaciones de EPP y la esperanza de contener allí al virus. La desagradable verdad era que la propia Europa estaba en riesgo.

"Mi colega [la comisaria de Salud] Stella Kyriakides estuvo pidiendo datos todo el tiempo", dice Lenarčič, que antes ocupó el cargo de embajador esloveno ante la UE. "Empezaron pronto y, según mi información, nunca recibieron todos los datos que habrían permitido a la Comisión tener una idea clara de las existencias de equipos y de la capacidad de las unidades de cuidados intensivos. En muchos casos, los propios Estados miembros no tenían una imagen clara de su capacidad".

Ánimos caldeados

Para el fin de semana del 29 de febrero y 1 de marzo, más de 2.000 personas ya estaban contagiadas en Europa. En Italia habían muerto 35 personas.

Von der Leyen decidió ponerse al frente de la crisis. Comunicó a Lenarčič que la magnitud requería un equipo de respuesta formado por comisarios que cubrieran todo, desde la salud hasta la economía y las fronteras.

El nuevo equipo fue presentado al público el lunes. Mientras Von der Leyen caminaba hacia el atril y los fotógrafos la retrataban, hizo un gesto a los comisarios. "Vamos", se le oyó decir. Sin embargo, en pocas horas, los europeos fueron testigos de uno de los mayores fracasos de toda la pandemia.

Con cada uno de los países en modo crisis, comenzaban las restricciones unilaterales a la exportación de suministros médicos clave a los países vecinos.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, anunció el 3 de marzo que iba a requisar "todas las existencias y la producción de mascarillas protectoras". Al día siguiente, el Gobierno alemán prohibió la exportación de EPP.

Un total de 15 Estados miembros impusieron restricciones al movimiento de equipos o de medicamentos dentro de la UE. Camiones de mascarillas, guantes y batas de protección eran detenidos en las fronteras. Los líderes se acusaban mutuamente de socavar la solidaridad de la UE y el mercado único.

Según una fuente, hubo cargamentos de PPE destinados a países de la UE que, al entrar por puertos de Alemania y Francia, fueron "simplemente robados".

Los Gobiernos de Bélgica y el de Países Bajos compraban los ingredientes de medicamentos clave y los entregaban a los hospitales para que los produjeran in situ. Pero el suministro en Europa de esos ingredientes era limitado y su decisión puso en dificultades a la industria farmacéutica, que trataba de aumentar la fabricación de medicamentos para los casos más graves de coronavirus.

Cuando el 6 de marzo los ministros de Sanidad europeos asistieron a una segunda reunión del Consejo, la comisaria de Salud Stella Kyriakides, flanqueada por Lenarčič y Thierry Breton (comisario de Mercado Interior), sintió la necesidad de subrayar la importancia de la unidad europea. "Les pido hoy que se comprometan a que todos trabajemos juntos, de forma abierta y transparente, en un espíritu de solidaridad, para garantizar una respuesta política coherente", dijo.

Sin embargo, pocos días después, Alemania cerraba unilateralmente sus fronteras paralizando al continente. Las imágenes de las colas de 50 kilómetros en la frontera germano-polaca salieron por todos lados. Las divisiones de la vieja Europa parecían haber vuelto.

"El problema no es cerrar la frontera, pero hay que hablar con el vecino al otro lado y algunos no lo hicieron", sostiene Lenarčič. "Eso estuvo mal y creó muchos problemas; en primer lugar, obstaculizó el flujo de mercancías, lo que es peligroso no solo para el funcionamiento del mercado único, sino también para la respuesta a la COVID-19, porque algunas de esas mercancías son esenciales, como el equipo médico, por no hablar de los alimentos".

En la sede de la Comisión, los ánimos estaban al rojo vivo. "La Comisión actuó inmediatamente y de forma enérgica para persuadir a todos los Estados miembros de que se habían entregado a esas medidas egoístas", defiende Lenarčič.

Para calmar a los que decían que había "gente corriendo por Europa con grandes bolsas de dinero comprando todo lo que podían a cualquier precio", la Comisión accedió a un esquema de autorización de exportaciones para controlar qué equipos salían del bloque, dice Lenarčič. Fue una bajada a la realidad para aquellos con fe en la Unión. "Las cosas no se hicieron bien".

Sin equipos de protección en el mercado

Unas semanas antes nadie lo habría imaginado, pero los Gobiernos de Europa fueron cerrando sus economías una por una desde el 9 de marzo, cuando comenzó Italia, hasta el 23 de marzo, cuando Boris Johnson finalmente decidió seguir el ejemplo. Solo Suecia siguió su propio camino.

Para algunos, ya era demasiado tarde. "Si Italia hubiera podido hacerlo 10 o 14 días antes, habría sido mejor. El Ministerio de Sanidad quería hacerlo, pero llevó tiempo convencer al Gobierno", dice el profesor Walter Ricciardi, asesor del Ministerio de Salud italiano. "Pero los otros Estados miembros tuvieron la experiencia italiana y no la siguieron... Fue muy difícil para los ministros de Salud convencer a los ministros de Finanzas y primeros ministros de que esta era una situación grave".

El 12 de marzo, los expertos de Von der Leyen le dijeron que no se podía detener el brote en Europa. Un día después, el jefe de la Organización Mundial de la Salud afirmó que Europa se había convertido en el "epicentro" de la pandemia mundial.

 

Para la Comisión, el imperativo primordial era conseguir equipamiento. Ricciardi recuerda la profunda decepción que sintió con lo que ocurrió entonces. "En aquel momento teníamos una necesidad desesperada de EPP y de respiradores y era casi imposible encontrarlos en el mercado", explica. "Así que nuestra petición fue que se distribuyera lo que ya estaba presente en Europa y que se adquiriera más de forma conjunta. Pero pasaron dos meses antes de poder hacerlo. No por falta de voluntad de la Comisión Europea, sino porque el proceso era muy lento y burocrático. Los respiradores solo llegaron cuando nuestra situación crítica ya había pasado".

A mediados de enero la Comisión planteó por primera vez la idea de adquirir los EPP de forma conjunta, de convertirse en "un gran comprador", pero entonces no hubo interés por parte de los Estados miembros. Hasta el 5 de febrero, no se decidió a lanzar una evaluación formal de los EPP que cada país de la UE podía necesitar.

Luego pasaron dos semanas, y varias fechas límite que no se cumplieron, antes de que los Gobiernos entregaran la información. Para ese momento las reservas mundiales de los equipos se habían agotado y los Estados miembros, al percatarse de su propia situación, habían comenzado a contactar unilateralmente a los fabricantes chinos, creando más competencia en el mercado.

Para el jueves 12 de marzo, el sistema de compra conjunta no había conseguido aún un fabricante y en la base de datos de contratos de la UE se publicó un aviso del fracaso. Hicieron falta otras dos semanas para encontrar uno. La primera entrega de mascarillas bajo este sistema se produjo el 8 de junio.

Cuando se hizo evidente que el plan de adquisición conjunta no estaba funcionando, la Comisión tuvo que tomar la iniciativa con una legislación de emergencia que le permitía construir una reserva central de equipamiento mediante un plan llamado RescEU.

"Cuando Italia pidió ayuda, nadie podía dársela”

Si bien los Estados miembros se encargarían de adquirir los suministros, la Comisión gestionaría su distribución y cubriría la mayor parte de los gastos. Hasta ahora se han distribuido cientos de miles de mascarillas en los lugares donde más ha golpeado la pandemia. Mirando hacia el futuro, Lenarčič cree que este es el modelo a seguir cuando los líderes se reúnan el viernes en Bruselas para discutir el presupuesto de siete años y los planes de un fondo único de recuperación.

"En la última propuesta de presupuesto de la Comisión, la financiación para Salud pasa de 400 millones de euros a 9.000 millones de euros", dice. "Toda la lógica es dar a la Comisión los medios para apoyar más a los Estados miembros. Porque cuando Italia pidió ayuda, nadie podía dársela. Nosotros tampoco pudimos ayudar a Italia".

La Comisión quiere comprar material para preparar una reserva y no depender de la generosidad de los Estados miembros. Quiere ampliar el tipo de equipos para que también cubra posibles crisis químicas, biológicas o nucleares. "Veo una lección muy clara", dice Lenarčič. "En una abrumadora mayoría de la población europea hay un deseo de más Europa en temas como este".

Ricciardi está de acuerdo. También cree que el CEPCE debería ser un órgano de toma de decisiones y no solo de asesoramiento en tiempos de crisis; y que la Comisión debe liderar cuando la coordinación sea vital. "Los Estados miembros deben aprender que tenemos que prepararnos para esta nueva normalidad, este solo será el primero de una serie de eventos", dice. "Volverá a ocurrir en el futuro. Los patrones de comportamiento, del comercio y del turismo, están cambiando en todo el mundo. Si no somos capaces de entenderlo nos vamos a llevar una gran decepción”.

Traducido por Francisco de Zárate

 

 

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