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Josep Borrell
 

Horas antes de que se abrieran las urnas para la elección del nuevo secretario general del PSOE, escribía en estas paginas que el resultado dependería de los votos que habían avalado a Patxi López, el tercer candidato en discordia. López se presentaba como el adalid de la unidad, según unos cómo  la solución para evitar el “choque de trenes”, o para que el PSOE no se precipitara por el abismo, según titulaba en primera página el periódico El País.

Pero la victoria de Pedro Sánchez no ha sido nada ajustada, sino muy superior a cualquier pronóstico. Ha conseguido la mayoría absoluta en el conjunto de España y ha ganado en todas las Comunidades Autónomas excepto en Andalucía y País Vasco. Y aún así ha obtenido en ambas Comunidades resultados muy superiores a los esperados.

La victoria de Sánchez es sin duda un caso extraordinario de resurrección política que será estudiado por las ciencias sociales.  Ha ganado incluso en Comunidades como Aragón, Castilla la Mancha, Extremadura, Valencia y Asturias, donde sus líderes territoriales se habían volcado en cuerpo y alma, personal y orgánicamente, en apoyo de Susana Díaz. Alguno había llegado a declararla “ungida por los dioses de la política”, mientras calificaba a Sánchez como “un veneno inoculado en el PSOE”.

Los autores de estas descalificaciones se están ahora teniendo que tragar unos cuantos sapos. Lo hubieran podido evitar comportándose de forma más comedida y acorde con el espíritu democrático con el que deberían abordarse unas elecciones por voto directo de los militantes. Pero seguros de su victoria, y llevados por un inaceptable sectarismo se cortaron toda retirada honrosa. Ahora se tragaran todos los sapos que haga falta, porque tragaderas no les faltan.

Se les advirtió durante la campaña : tengan cuidado con sus posiciones extremas, es la hora de los militantes, no traten de influirles ni condicionarles en demasía, porque pueden verse desautorizados y tener difícil cambiar de posición. Y como así ha ocurrido, ahora sus promesas de lealtad a Pedro Sánchez no tienen credibilidad. Después de lo que de el han dicho y de los términos con los que le han combatido, es difícil creer en la sinceridad de su apoyo.

Conviene también recordar algunos de los comentarios publicados por articulistas de renombre, aunque de cuyo nombre no quiera acordarme, advirtiéndonos del riesgo que correríamos todos los ciudadanos si los militantes socialistas, “que han perdido la conexión con los votantes”, y “se han quedado alienados dentro de sus estructuras partidarias”, “se encierran en su paranoia antisistema, dispuestos a amotinarse detrás de cualquier voz de protesta”

Cuidado, nos han advertido, si los militantes socialistas cometiesen el error de reelegir a ese “proscrito”, “se pondría en peligro la estabilidad del gobierno”, “con el riesgo de que el régimen de la transición se precipitase hacia una crisis existencial” y “revivirían todos los demonios del pasado año”.

Y para culminar, el periódico ya citado calificaba el resultado de “Brexit” del PSOE. Todo muy apocalíptico. Y muy poco respetuoso con la voluntad democráticamente expresada de un colectivo humano que merece algo más que ser considerado como un conjunto de paranoides dispuestos a amotinarse. Para algunos, primero había que salvar al PSOE de ese “miserable” que pretendía hundir al partido para salvar su piel, y luego había que seguir salvando al partido de sus propios militantes.

Y después han venido las explicaciones del resultado apelando a la “irracionalidad de los votantes”, a los que por lo visto les gusta perder elecciones y por eso han preferido a un “perdedor nato” en lugar de quien supuestamente encadenaba victoria tras victoria. Cuando, en realidad, en las únicas elecciones en las que Susana Díaz fue candidata obtuvo el peor resultado, en términos de número y de porcentaje de votos, de las elecciones andaluzas.

Como dice Sandra León en otro  articulo en El País, el triunfo inesperado de Pedro Sánchez ha devuelto al debate las alusiones a la  sinrazón de los votantes. Pero los electores no están locos, “basar en su supuesta irracionalidad  la explicación de los resultados electorales que nos sorprenden o no nos gustan, es una muestra de pereza intelectual que poco ayuda a explicar lo ocurrido”. Pero quizás se pueda encontrar una pista más racional en el hecho de que una candidata haya obtenido muchos menos votos que avales tanto en términos globales, como  en muchas comunidades autónomas. Cuando eso ocurre hay algo que no funciona en el sistema. Y el rechazo a esta forma de funcionar es una de las razones por las que ha ganado Sánchez,  dejando en evidencia, como decía, a lideres territoriales cuya representatividad y liderazgo futuro están ahora en cuestión.

Avalar no es votar, porque el aval es publico y notorio y se puede conseguir pidiéndolo de forma digamos insistente, mientras que el voto es secreto y al final cada cual vota lo que le parece, protegido por el secreto de las urnas que para eso se inventaron. Mal que les pese a algunos, que se rasgan las vestiduras, el desfase entre avales y votos es fácilmente interpretable. Es lógico que cuanto más cerca se está del poder orgánico, menos incentivos hay para revelar preferencias distintas a las que con tanta insistencia proclaman los dirigentes. Pero el voto secreto es libre de estos efectos.

No, el problema no es de enajenación mental de los votantes socialistas, ni el que estos no tengan bastante información política después de una campana innecesariamente larga. Y tampoco sabemos, sin encuestas de opinión que lo avalen, si el triunfo, no tan inesperado pero si abrumadoramente claro, de Pedro Sánchez se deba a una componente emocional de deseo de revancha, de castigo por los modos empleados para provocar su dimisión o racionalmente coherente con el objetivo de ganar las elecciones.

A fin de cuentas, las encuestas lo señalaban como el favorito entre los votantes socialistas por su mayor capacidad para atraer los votos perdidos hacia Podemos, mientras que Susana Díaz solo aparecía como la candidata preferida por los votantes de derechas.

El resultado de las elecciones primarias del PSOE va más allá de los méritos y características personales del vencedor y se inscribe en la trasformación de los sistemas de representación política en el mundo occidental que afecta de forma especial a la socialdemocracia declinante.

Esos cambios en la representación política son consecuencia de que los viejos partidos se perciben como organizaciones cerradas, profesionalizadas, endogámicas, donde prima más la lealtad al líder local que el mérito y la capacidad de comunicación con la sociedad y los electores. Esto es lo que explica que el partido socialista francés tenga 80.000 afiliados y en cambio un recién llegado como Macron, que no creo que sea otro caso de peligroso izquierdista, consiga 450.000 supporters en menos de un mes.

También es evidente que los actuales dirigentes territoriales que propiciaron la caída de la ejecutiva de Sánchez no midieron bien sus consecuencias. La gestora se alargó innecesariamente para ver si se calmaban los ánimos y la cosa se olvidaba, pero no han hecho sino dar tiempo para que el rechazo se organizara partiendo de cero.

También los votantes pueden haber apreciado y premiado una actitud que hayan considerado coherente. Sánchez escogió la solución más coherente pero también la más difícil. Dejó el escaño y anunció que volvería a recorrer España, provocando no poco escepticismo por decirlo de forma suave. En enero los pocos dirigentes territoriales que no habían apoyado “los idus de octubre”, terminaron abandonándole para proponer un candidato supuestamente pacificador. Creyeron todos que su soledad era ya definitiva y que tiraría la toalla.

Pero en un caso extraordinario de resistencia personal y política, soportando insultos y descalificaciones, ha conseguido el apoyo de más de la mitad de los afiliados.

Ahora tiene que recomponer la unidad del partido, pero la unidad no puede ser de fachada. De momento en la elección de delegados al Congreso ya se ha producido por una parte una integración en listas únicas que ha permitido mal que bien reflejar el resultado de las primarias. Pero que han podido parecer la repetición de los viejos métodos de acuerdos de mesa camilla sin la necesaria trasparencia democrática. Puede que haya sido inevitable porque las normas en vigor no permitían hacerlo de otra manera sin ahondar en las divisiones. Pero es una tarea urgente modificar el sistema de elección de delegados al Congreso para hacerlos más representativos de la voluntad de los militantes en la nueva época que ahora empieza. Esta es una cuestión más importante de lo que parece, y es necesario abordarla  para evitar cualquier clase de desencanto después del entusiasmo que las primarias y sus resultados han provocado.

Pero eso será para tratar en futuras crónicas digitales, y seguramente post-congresuales.

Tag(s) : #NOTAS DE PRENSA
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