OBITUARIO
América Latina no será lo mismo sin él
Epílogo: el final
Primero de marzo de 2015. Montevideo, Uruguay.
Así se despide un hombre que sabe que nunca se irá.
–No me voy. Estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias, querido pueblo.
José Alberto Mujica Cordano, Pepe, tiene 79 años. Esta mañana se levantó temprano, prendió el tractor, trabajó en el campo, se bañó, se puso una camisa blanca, un traje negro impecable. Se peinó el cabello hacia atrás. Se subió al asiento del acompañante de su Volkswagen Fusca celeste, anduvo 13 kilómetros desde la chacra en la que vive junto a su esposa Lucía Topolansky –senadora– en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo, hasta la plaza Independencia, en el centro de la ciudad. En el camino frenó, saludó a las miles de personas que lo esperaban, pasó por la estación de servicio, cargó nafta, le dejó propina al playero y escuchó a una periodista preguntarle si ese era el día más emotivo de su vida.
Pepe se acercó a ella sin bajarse del auto. Se encogió de hombros y, como si nada pudiera perturbarlo, ni siquiera estar viviendo el último día como presidente de la República del Uruguay, respondió:
–Ustedes no entienden. No pueden entenderlo. El día más emotivo de mi vida fue cuando me trasladaron de Paso de los Toros a la cárcel porque ahí me di cuenta de que la dictadura se estaba derrumbando. Esto es un poroto al lado de aquel día.
Después siguió, llegó a la plaza, caminó entre una multitud que lo esperaba cantando su nombre –Pepe, Pepe, Pepe–, diciendo gracias, viejo querido, gracias. Saludó a Tabaré Vázquez, que estaba por asumir como presidente –y que concretaba 15 años consecutivos del Frente Amplio, su partido, en el gobierno–, con un abrazo apretado, grosero, triunfal. Se subió al escenario, aún con la banda presidencial atravesándole el torso, y dijo eso de que los cinco años de gobierno habían pasado rápido, eso de que no se iba, de que estaba llegando: gracias, querido pueblo.
Acto 1: hoy
Afuera del Teatro El Galpón, en la avenida 18 de julio, pleno centro de Montevideo, hay una multitud. Hombres, mujeres y niños forman una fila larguísima que se extiende desde el hall del teatro hacia la calle por varios metros. Llevan termos, mates, banderas, remeras, gorros, carteles y globos del Frente Amplio, del Movimiento de Participación Popular (MPP) y de la lista 609. Un carrito vende choripanes, otro refrescos, otro juguetes para niños –autitos de plástico, linternas de colores, muñequitos en paracaídas, burbujeros–. Por parlantes transmiten, ahí, en la calle, lo que pasa adentro.
El MPP, liderado por José Mujica y Lucía Topolansky, celebra el cierre de campaña de la lista con la que apoyan a Yamandú Orsi
Es miércoles 19 de junio de 2024 a las seis y media de la tarde. Ya se fue el sol y la noche se asoma cargando un frío infernal. Es como un anuncio: en dos días empezará el invierno, y será uno de los más fríos de los últimos años.
En el hall de El Galpón –uno de los teatros independientes más importantes del Uruguay, cuyos integrantes tuvieron que exiliarse durante la dictadura del 73– reparten la lista 609. Faltan 11 días para las elecciones internas en Uruguay, en las que cada partido elige al candidato que lo representará en las presidenciales, y el MPP, espacio liderado por José Mujica y Lucía Topolansky, celebra el cierre de campaña de la lista con la que apoyan la candidatura de Yamandú Orsi, exintendente de Canelones.
A las siete y media la sala, con capacidad para 800 personas, está repleta. En el escenario hay una mesa y cuatro sillones. De fondo, en una pantalla inmensa en la que flamea la bandera del Frente Amplio, dice: “Con Orsi volvemos”. Al lado, una imagen del candidato y una de Mujica.
Porque él, un hombre de 90 años que en abril fue diagnosticado con un cáncer de esófago y sometido a un tratamiento de radioterapia, es la pieza fundamental: para que Orsi le gane la interna frenteamplista a Carolina Cosse y para que el Frente Amplio regrese al gobierno. Lo saben los candidatos, lo saben en el partido y, sobre todo, lo sabe él.
“Pese a su edad, Mujica mantiene una fuerte gravitación en la política nacional. Es el último liderazgo vivo de las izquierdas uruguayas y en los últimos años también ha sido un factor de gravitación en el contacto con los líderes de los otros partidos, incluido el presidente Luis Lacalle Pou”, explica el historiador y politólogo Gerardo Caetano. “Aún restringido por su enfermedad, su palabra es de enorme trascendencia. En muchas ocasiones, los otros dirigentes de la izquierda parecen hasta esperar que él se expida sobre los temas más difíciles y urticantes para luego tomar posición. Su presencia, aun limitada, constituye sin duda un factor de triunfo para el Frente Amplio y para su candidato Yamandú Orsi de cara a las elecciones nacionales de octubre”.
“El Pepe se encuentra cumpliendo una función de facilitador de la transición de liderazgos. Algo que en Uruguay a la clase política cuesta mucho y sobre todo a la izquierda”, dice Gonzalo Puig, politólogo. Esta es la elección en la que la “renovación” en el Frente Amplio se está consolidando.
Está previsto que en este acto de cierre de campaña hablen la diputada Cecilia Cairo, el senador Alejandro Sánchez, Orsi, Topolansky y Mujica. Todos saldrán al escenario en distintos momentos. Orsi entrará como estrella de rock con termo y mate, caminando por el pasillo, entre la gente: le estirarán la mano, le sacarán fotos, cantarán presidente, presidente, presidente.
Sin embargo, cuando Mujica se pare frente a la multitud vestido con pantalón deportivo gris y campera de abrigo, cuando agarre el micrófono sin titubear, cuando se sienta cansado y aun así insista, cuando diga, con la voz añeja y apretada, que la política requiere épica, compromiso y actitud moral, cuando tenga que hacer silencio porque la gente no deje de cantar ole, ole, ole, Pepe, Pepe, Pepe, cuando reivindique, hoy, en el día de su cumpleaños, la lucha de José Gervasio Artigas y el éxodo junto a su pueblo, cuando sostenga que los políticos tienen que vivir como vive la gente común, cuando hable de esperanza y de utopías, cuando diga “pertenezco a una generación que se está yendo”, cuando lo aplaudan sin parar durante varios minutos, será un estruendo, un alboroto.
Mujica no lo dirá, pero tendrá, entonces, la sensación de deber cumplido, de estar haciendo lo que tiene que hacer. Y lo que quiere hacer.
No hay enfermedad ni invierno que lo frene. Durante la campaña Mujica camina entre la gente, recorre los barrios de Montevideo, participa en actos, charlas, conferencias, canta, toma mate, sonríe y baila esa canción de Ruben Rada que dice “cuando yo me muera no quiero llanto ni pena”, habla de todo lo que quiere, cuestiona a Cosse en una campaña sin cuestionamientos, sin cruces ni debates, recibe críticas que no le afectan, se sienta en una plaza al sol mientras la gente lo rodea, como si estuviese escuchando a un viejo sabio, y lo escuchan decir que el tiempo libre es valioso, que hay que gastar el tiempo en lo que uno quiera y no en lo que le imponen. Hace, en definitiva, lo de siempre: militar con la palabra y el cuerpo.
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La escuela 188 del barrio Las Torres, alejado del centro de Montevideo, está frente a un terreno descampado de pastos crecidos. Es un edificio de techo de planchada y paredes de colores. En una de esas paredes hay un árbol pintado con manos de niños y una frase de José Martí, poeta cubano. Dice: “La educación es como un árbol: se siembra una semilla y se abre en muchas ramas”.
Es domingo 30 de junio y a las siete y media de la mañana aún no ha salido el sol. En el salón que corresponde al circuito de votación 1990, las tres mujeres encargadas de la mesa se frotan las manos para intentar entrar en calor. El termómetro marca que hay tres grados y no hay manera, en esta mañana que apenas asoma, de escaparse del frío.
Quince minutos antes de las ocho, periodistas, fotógrafos y camarógrafos se amontonan en ese salón diminuto que acumula mesas y sillas encimadas y encastradas para ahorrar espacio. Está previsto que allí, a las ocho en punto, vote un expresidente.
Mujica llega media hora después. Viste un pantalón deportivo gris, dos camperas de abrigo superpuestas, una gorra de visera negra con el logo de la lista 609. Entra al salón caminando despacio, acompañado por un hombre que le cuida la espalda. Se saca el gorro. Tiene el rostro rígido, severo. Está despeinado. Dice buen día sin ninguna expresión. Entra al cuarto secreto, vota. Sale y, aunque no habla, hace lo que sabe: actúa despacio, pone el sobre sobre la urna, mira a las cámaras que lo rodean, les entrega la foto de su votación.
Sale, saluda a quienes se acercan. Camina despacio hacia el auto en el que lo espera Topolansky.
–¿Cómo está, Pepe?
–Los médicos dicen que estoy mejor.
–¿Por qué ha estado tan activo en esta campaña?
–No hice nada. Al lado de lo que he hecho es una pavada. Yo milito desde que tenía 14 años y me voy a morir militando. Es una forma de vida.
Esa noche, a pesar del frío y del invierno, va junto a su esposa al comando donde Yamandú Orsi se entera de que, finalmente, le ganó la interna a Cosse y es el candidato a la presidencia. No habla con la prensa. No dice nada. Salvo esto: “Todavía me falta una última jugada, ya van a ver”.
Después de ese primer triunfo (que es de Orsi y también un poco suyo) se refugia en su casa
Esa es la última vez que se muestra en público en meses. Después de ese primer triunfo (que es de Orsi y también un poco suyo) se refugia en su casa, recibe el tratamiento de radioterapia y el cuerpo se le debilita, dice que no a las entrevistas, dice que se quiere cuidar para poder militar en la campaña presidencial.
A finales de agosto el MPP anuncia una conferencia de prensa para el día 27 en la noche. Ese mismo día, Mujica es ingresado al sanatorio para hacerse estudios. La doctora que sigue su tratamiento dice que el cáncer desapareció, pero que la radioterapia le dejó algunas secuelas, que no es grave, pero que se tiene que recuperar, que estará internado por dos o tres días.
***
La noche del 27, en la sede del Frente Amplio, el MPP brinda una conferencia para anunciar la incorporación al partido de Blanca Rodríguez, profesora de Literatura, periodista referente para la opinión pública, con 30 años al frente del informativo más visto de Uruguay.
En una mesa con un mantel rojo y micrófonos están Alejandro Sánchez, senador, Blanca Rodríguez, Lucía Topolansky y José Mujica.
Pepe llegó en silla de ruedas, de boina y guantes, abrigado con la misma campera con la que votó el 30 de junio. Él y Lucía son los responsables de la incorporación de la periodista al Frente Amplio.
Mujica advierte que está jodido, pero que no se podía perder ese momento. “La política no es un negocio, la política es una pasión que se tiene o no se tiene”, dice, con la voz frágil y esforzada. “Acá no venimos por ganar, acá venimos porque estamos convencidos. Soy consciente de que pertenezco a una generación que se está yendo, pertenezco al adiós y el adiós debe velar por lo que viene, porque la lucha continúa y tiene que sobrevivir”.
Esta es su última jugada: dejar la casa en orden, anticiparse al futuro, asegurarse de que, con o sin él, las ideas y las formas –esas a las que dedicó toda su vida– permanecerán.